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La lección del limpiavidrios: “¿No me deja ganármelo, don?

Cuando volvía de Intratables a mi casa, en mi auto, un joven alto de buen aspecto, con un limpiavidrios en la mano, me interceptó en un semáforo para hacer su trabajo. Le pedí que no me lo limpiara, pero igual metí mi mano en el bolsillo. “¿No me deja ganármelo, don?”, me dijo mostrándome su herramienta. Le dije que “claro” y entré en una conversación. “¿Cómo andas viejo?”. “Peleándola, hace una banda de años que hago esto, ya soy veterano”. Me dejó el vidrio impecable y, luego de premiarme con un “Que Dios lo bendiga”, besó sus siete pesos.

¿Cómo no dejárselo ganar? Pensé en que la emergencia no espera y en que el Gobierno, con indudables intenciones, dice que los expedientes demoran, que el capital se mueve en cámara lenta, y que las primeras obras públicas e inversiones tendrán impacto en solo seis u ocho meses, con suerte. ¿Y si pensamos en algún plan “puente” de corto plazo, para pasar este momento bravo?

Sin ortodoxias, pero con una sana heterodoxia. Muchos gobiernos en la historia del mundo salieron con un motor de arranque del Estado anclado en el trabajo. Un plan de trabajo intensivo y urgente en obras de infraestructura básica y muy rápida, sin más trámites, para 1 millón de jóvenes desocupados. Se financia con 6000 millones de dólares de los primeros créditos de organismos internacionales.

Con ese dinero, 1 millón de jóvenes pueden cobrar un sueldo de 8000 pesos durante doce meses. En realidad se necesitarían 6600 millones, pero los beneficiarios de planes sociales percibirían solo la diferencia entre su beneficio y los 8000 pesos. Y sobraría plata. Pero eso sí: contraprestación laboral obligatoria por el tiempo que demande su trabajo.

Se podría organizar a los jóvenes para obras de infraestructura básica: refacción de escuelas, jardines maternales, pintura de fachadas de edificios públicos, mejoramiento de parques y espacios públicos, polideportivos, espacios de recreación, arreglos en hospitales, reparaciones generales en plomería, carpintería y electricidad, limpieza de veredas y espacios verdes, poda de árboles, y tantas otras cosas que hay por hacer en el conurbano y en miles de barrios del país para mejorar la calidad de vida.

Ortodoxia pura: remuneración a cambio de mejorar la vida de todos. Se podría integrar a la Iglesia, a las empresas, los sindicatos, las universidades, como la UCA y su observatorio social, las ONGs y las organizaciones sociales. Muchos de ellos dispondrían capacitadores y jefes de obra calificados con cuerpos de maestros que guíen a los chicos en sus múltiples trabajos. Se coordinaría entre Nacion, provincias y municipios, donde éstos determinen las necesidades y el resto aplique sus recursos. Con especial foco en el conurbano bonaerense y el gran Rosario.

Se apostaría a recuperar para ellos la cultura del trabajo, se los capacitaría técnica y actitudinalmente, se les enseñaría a cuidar sus espacios y sus barrios, se los cultivaría en valores elevados, como hacer algo por los demás y por uno mismo, disfrutar del deber cumplido y obtener una meta con esfuerzo y perseverancia. Moverían la economía de los barrios y, luego de darles premios y calificaciones a los mejores, ellos mismos darían confianza a los empresarios que luego los emplearían y harían obras e inversiones. Y lo más importante: dejemos que se lo ganen ellos mismos.

 

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