La Presidenta agita la falsa profecía del “que se vayan todos” y nos advierte que le deseará a Mauricio Macri, si gana, un fantasmagórico 2001. Le pronosticó a voz en cuello un helicóptero y muertos en la Plaza de Mayo. Y todo eso lo hizo desde la propia investidura de la Presidencia de la Nación, elegida por los votos, a la que por lo visto no respetará si no es ella la que la ejerce.
Los delitos de sedición y el atentado contra el orden constitucional y la vida democrática están tipificados con penas graves en el Código Penal Nacional y en la Ley de Defensa de la Democracia. Cristina está a un paso de caer en la conspiración destituyente, un acto aberrante del que denunció a todos sus adversarios políticos y a la prensa libre durante 12 años de poder.
La Doctora está preocupada por si llega alguien con una “visión diferente” al sillón de la Casa de Gobierno. La alternancia democrática la altera: el pueblo solo debe elegir entre cuadros políticos que sigan su visión mesiánica y la de su grupo de fanáticos. La alternancia fue una gracia en 2003. Pero hay que evitarla para esta banda de entregadores de los derechos que ella le supo dar al pueblo.
Los candidatos no son ni San Martín ni Belgrano, sino dos peleles que no están preparados para gobernar. Por eso es preferible decir que hay que optar entre dos “modelos”; el nombre de su candidato no tiene importancia. Ella misma es la garantía de la paz social.
La falsedad de la profecía que pretenderá auto-cumplir la Doctora se demuestra muy sencillamente. Si ella dice que a Macri le pasará lo mismo que a De la Rúa, es una confesión de parte de que antes habrá un Carlos Menem (ella misma) que le dejará una bomba de tiempo, una máquina fundida: un país pésimamente administrado, con enorme gasto público e ingresos declinantes, que tapa agujeros con deuda y con un déficit fiscal y comercial creciente. Con destrucción de empleo y de industrias y tipo de cambio bajo como ancla monetaria contra la inflación. Si hay estallido es porque hay minas cerca.
El tremendo error histórico que cometió De la Rúa fue continuar con fuerte determinación con “el modelo” recesivo. Menem amenazaba en 1999 con que no habría vida después de salir del “uno a uno”: decía que si se cambiaba el modelo nos esperaban las peores calamidades, el caos y la miseria.
La gente creyó que sus penurias obedecían a la ostentación, la corrupción y la frivolidad, pero que el modelo estaba bien y sólo necesitaba un servicio. Y votó a De la Rúa que prometía la continuidad del uno a uno, pero con un estilo más sobrio, prolijo y decente. Votó el uno a uno. El déficit creció, nunca se pudo resolver la deuda, los agujeros crecían y se tapaban con parches, las exportaciones cayeron en picada y las reservas también.
La depresión terminó de destruir el empleo y se terminó la plata de los bancos; se cortó la cadena de pagos y impuso el corralito. Estalló el modelo, es decir la bomba de tiempo que había activado Menem.
A De la Rúa lo sucedieron cinco presidentes en una semana y el último fue Eduardo Duhalde, que en 1999 había prometido “cambiar el modelo por agotado”. Se salió del uno a uno, dejó de gastar demás, no pagó la deuda externa declarada en default por su antecesor Adolfo Rodríguez Sáa, y tomó con mejor envión el providencial crecimiento de los precios internacionales de las materias primas que exportábamos. Cambió el modelo y cambió el viento.
El país comenzó a crecer y Duhalde, en sociedad con Lavagna en Economía y Prat Gay en el Banco Central, pudieron devaluar y controlar la inflación con una política monetaria responsable. Tal fue el éxito que se dio el lujo de poner a su propio sucesor en 2003: Néstor Kirchner, uno de los defensores de la convertibilidad de Cavallo. Hasta enero de 2002, Kirchner descreyó de la devaluación competitiva, le auguró una caída rápida a Duhalde (otro helicóptero) pero con la lluvia de dólares Néstor se enamoró del dólar administrado.
Kirchner asumió y siguió el “nuevo modelo” a pie juntillas: superávits gemelos (fiscal y comercial), cuentas en orden y competitividad, hasta 2006, cuando echó a Lavagna. Era la hora de la política y de perpetuarse en el poder.
Con buena caja y lluvia de dólares, el caudillo llegado del Sur se volvió a dejar seducir por el “viejo modelo”: gasto, déficit fiscal, inflación (en los 90 era recesión) y mucha distribución para sostener el populismo. Su esposa, Cristina, lo profundizó durante 8 años. Es cierto, en plena distribución ella ganó por el 45 y el 54 por ciento en 2007 y 2011. Ahora, ella tiene activada la bomba de tiempo. El motor está fundido. La economía no crece y no genera empleo, solo planes sociales, pobreza e inflación, devaluación de hecho y tipo de cambio oficial atrasado. Reservas en picada. Y aún así amenaza que quien venga a “cambiar el modelo” puede hacer estallar la bomba. Voten el modelo o el país vuela por el aire. Pero tanto Macri como Scioli, y sus economistas, quieren cambios. Unos más drásticos, los otros más graduales.
Precisamente, el riesgo de explosión es la continuidad del rumbo. La gran incógnita en la Argentina del 10 de diciembre, gane quien gane, consiste en si “la otra visión” de quien llegue al sillón de la Casa Rosada estará más cerca de la continuidad, como De la Rúa, o buscará el cambio, como le tocó a Duhalde, aunque para convencer a las grandes masas, aquella vez, el país debió pasar antes por el doloroso estallido, que quizás esta vez sea innecesario.
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LA ABOGADA EXITOSA NO APRENDIO A PENSAR
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Cuána razón un lujo de periodista
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MUY BUENO EL BLOG …FELICITACIONES …EN VERDAD SOY UNO DE LOS TANTOS QUE APUESTAN AL CAMBIO …YA NOS VINIERON ROBANDO DEMASIADO LOS K …SALUDOS RESPETUOSOS
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me parece que esta loca se tiene que ir, y quizà sobrevivamos a lo que viene. Pienso que Macri lo deberà arreglar. Que deberemos pasar para arreglar esto, no lo sè. Espero que no sea demasiado doloroso..
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Pregunto: No fueron Duhalde con Remes Lenicov?
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Me parece muy aguda su observación, le agradezco el haberla compartido.-
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